Un reportaje de Montse Armengou. Realización: Ricard Belis. Imagen: Walter Ojeda. ENG: Eduard Quesada. Documentación: Montse Bailac. Producción: Muntsa Tarrés y Meritxell Ribas. Montaje: M. Josep Tubella. Montaje musical: Albert Carlota. Postproducción de audio: Carles García
martes, 3 de marzo de 2009
Los trenes del horror
Un reportaje de Montse Armengou. Realización: Ricard Belis. Imagen: Walter Ojeda. ENG: Eduard Quesada. Documentación: Montse Bailac. Producción: Muntsa Tarrés y Meritxell Ribas. Montaje: M. Josep Tubella. Montaje musical: Albert Carlota. Postproducción de audio: Carles García
Los huérfanos de Aldeanueva
Uno de los pocos recuerdos que le quedan de su padre es una vieja foto que le enseñaba su madre de joven. Fermín posaba con «un mono azul y una piqueta», lo del color lo pinta en su imaginación porque la foto se estampa en blanco y negro, a pie de obra. «Estaba trabajando en la construcción de un puente en Francia». Siempre que veía la foto le decía a su madre, «¿pero ese no soy yo?»Tenía un gran parecido a su padre de joven. Imposible. El señor del mono azul era su padre, al que apenas conoció, poco antes de caer en las redes del ejército nazi, que detuvo y traslado a Fermín y a otros muchos españoles al campo de concentración de Gusen, un apéndice del hórrido Mauthausen. Allí también llevó un mono, pero de presidiario, a rayas verticales blancas y azules, marcado con el triángulo azul con el que los alemanes distinguían a los españoles. La fecha de su muerte no se le olvida a Fermín hijo: 31 de enero de 1942. No sabe qué le hicieron, aunque ha visto reportajes en televisión contando la tragedia del exterminio, los hornos crematorios, la cantidad de personas que iban de un sitio para otro semidesnudas, sin esperanza, pasando hambre, trabajando como esclavos, viendo morir a su gente fusilada, quemada, asesinada, acurrucada en los rincones de aquellas cárceles inhumanas esperando la muerte y escuchando que terminarían en aquellos hornos...
lunes, 2 de marzo de 2009
Las guerras de Montealegre
Con quince años se comía el fusil con los ojos. «Fui el primero que salió voluntario de este pueblo para las milicias. Me marché aTalavera de la Reina, pero era muy joven y nadie me hacía caso». Lorenzo Montealegre, de 85 años, vive su particularGuerra Civil desde un recuerdo cabal, lleno de orgullo, de miedo, de miserias, de huidas y de hambre Todavía le persigue el fantasma de la España dividida, rota por los sublevados, por Franco, por la Guardia Civil y por los curas, según cuenta. «Yo iba a defender la República», clama orgulloso setenta años después. Pero el muchacho republicano de Aldeanueva de San Bartolomé no encontraba su sitio. Llegaban noticias de que Alía, pueblo extremeño cercano aGuadalupe, «lo había tomado la Guardia Civil». Y Lorenzo seguía sin fusil. Se desplazó hasta Puerto de San Vicente a las órdenes de un teniente llamadoMoreno. «Nos reunió a unos 400 para recuperar Alía y nos dijo que sólo había 54 fusiles. Fue señalando a unos cuantos para darles uno hasta que me tocó a mí. Me preguntó: ‘¿Tú no tienes 15 años?’ ‘No, míreme usted’, le contesté. ‘Tienes 15 años’, insistió, pero me dio el fusil».
A Montealegre le impresionó eso del destino. Cuando pasó por la Estrella, a pocos kilómetros de Aldeanueva, un miliciano le mandó a buscar la comida y le sustituyó en el puesto. A su regreso se encontró al mando muerto y tendido en una camilla. «Pero el día que tuve más cerca la muerte fue también durante la guerra. Un cabo de Albacete estaba contando un chiste en la trinchera y me llamó. Cuando me giré una bala pasó rozándome la cabeza y se clavó en la pared».
y fue agrupado en un campo de selección, a cien kilómetros de los Pirineos. «Nos hacían pasar un
hambre terrible. Dormíamos en barrizales porque las barracas estaban mal montadas y se inundaban. En otros campos tenían más suerte, según me contaba Isidro y otros compañeros por carta. Dependía de quien mandase en los campos, en el de ellos tenían ideas liberales. En el mío había un noble francés amigo de Franco».
ponernos una inyección y el compañero de Barbastro medijo: ‘¡Montealegre, nos están matando, que he oído que los alemanes matan así!’ ¡No seas idiota, esto vale mucho, si nos quisiera matar nos habrían pegado untiro que es más barato!’». Esa fue su última conversación. A Lorenzo le deportaron aAlemania y Julián se quedó en la Francia ocupada.
de la frontera con Polonia... En mi barracón éramos treinta. Por las mañanas venía un centinela
y gritaba para que saliésemos. Pasábamos el día trabajando y por la noche pasaba lista y nos dejaba encerrados hasta el día siguiente».
Nos las comíamos crudas y aprendí a distinguir calidades. Las que tenían una veta azul las guardábamos para el postre..."
La llave de la represión
trasladaron a la prisión de Quintanar. Allí permaneció unos días, hasta que José Manzanero -uno de los maquis más relevantes de los Montes de Toledo- y otros presos se escaparon del penal. Casi todos lo pagaron con una saca masiva. «Ese día mataron amás de 120 personas. A las mujeres también nos querían fusilar, pero nos salvó el sargento Madriles. Teníamos un agujero en el suelo de la celda porque faltaba un tubo y vimos cómo convencía a otros militares de que nosotras no teníamos la culpa de la huida. En Ocaña, las mujeres compartían la planta alta y los hombres sehacinaban en la baja. Las cifras de reclusos desbordaron el penal durante los primeros años del Régimen con una avalancha demás de 7.000 hombres y alrededor de 2.000 mujeres."Llegamos a compartir una celda de una persona entre doce y catorce mujeres. El grifo estaba cortado y nos dejaban media hora al día para llenar los cubos de agua que teníamos que usar cada 24 horas. Terminamos conociendo el olor amierda de todo el mundo». Cada una dormía como podía. A Piedad sumadre le llevó un colchón de lana, pero el resto de sus compañeras de celda se arrebujaban en pequeños petates. Quien no se podía hacer con algún camastro en la cárcel de Ocaña dormía en el suelo, estuviera sano o enfermo. «No había día en que alguien no tirase algún cubo de agua sobre la ropa de las camas». A Piedad no le cuesta recordar estos momentos, los dibuja con media sonrisa. «Nos comunicábamos con los chicos a través del váter. Por ahí nos hablábamos. Era la única manera, porque estábamos en plantas distintas». El patio lo pisaban poco, media hora por la mañana. «Cuando íbamos a misa, veíamos a los chicos muy guapos y limpitos. Se preparaban para recibir la visita de los familiares, pero muchos faltaban al domingo siguiente».
El chasquido de la llave en el cerrojo delataba la agonía de aquellos hombres y mujeres, condenados a un inhumano destino. Escuchar los nombres y apellidos de los elegidos para el paseo cortaba el aliento de Piedad. «Un día llamaron a Sánchez Comendador. Llevaba una camisa nueva y cara que le había regalado su novia. Se la quitó y se la regaló al más viejo de la celda. Salió al patio cantando una canción»... La única ventaja de la que disfrutó mientras estuvo en Ocaña es que no la obligaron a cantar el falangista Cara al Sol ni una sola vez. No sintió esa presión psicológica que sufrieron muchos otros presos, obligados a ver morir sus ideas y profesar el franquismo. Sin embargo, las torturas fueron diarias. Golpes, quemaduras, y métodos más sutiles,como echar agua en la boca de los presos a través de un embudo para que cantasen, al modo de la Inquisición, pueblan los anecdotarios, todavía vivos, de las celdas franquistas.
Otras historias de la represión franquista
Testimonios de algunas víctimas...
http//http://www.rtve.es/resources/mp3/0/1/1228041555310.mp3
sábado, 28 de febrero de 2009
Las batallas de Pantalón
¿Por qué se retiraron poco después? «No lo sé. Estábamos con picos preparados para levantar el entarimado de madera y acceder a los sótanos. Alguien daría una orden porque nos estaban breando a cañonazos con una batería de los nuestros».
Lo peor era escuchar a voces los nombres de los siguientes fusilados. «Esa mañana sacaron a tres del calabozo. Se acercó el falangista que vigilaba los presos y abrió mi puerta. ‘¡Guillermo Galán!’, dijo.Yo ya tenía la mosca detrás de la oreja.‘Guillermo Galán Rodríguez’, le contesté. Me dijo que tenía que acompañarle(...) Al final la cosa no iba conmigo, sino con Guillermo Galán Puebla».
El 5 de marzo de1 939 volvió a pisar la capital. LaGuardia Civil trasladó a bastantes presos al Ayuntamiento para que les juzgase el Consejo de Guerra. La condena: Sentencia de muerte por un delito de «rebelión militar».Vivió dieciocho meses recluido esperando que le conmutasen la pena y se la rebajasen a treinta años. «Mi hermana buscó tres testigos, un cuñado, un primo y otro que nunca he sabido, y el Ayuntamiento me lo concedió».
Trece historias que nunca se borrarán
Para todas ellas... "Las trece rosas"
La memoria de El Dorado
El nieto de Paulino suele llevar su foto en el bolsillo de su camisa. Le conoce de oídas, pero se siente orgulloso cuando algún anciano le recuerda en Guadamur, donde vivió hasta 1936. Su familia también echa la vista atrás, pero la amargura de las pesadillas de aquel verano todavía se asoma a su casa. Noches en vela esperando noticias, soñando su salida de la prisión de San Bernardo, temiendo que la guerra terminase y en la lista de fusilados de una mañana cualquiera se encontrase su nombre...
"Mi abuela Beatriz iba a verle a la cárcel con mi madre y mi tío, que tenía cuatro años". Había días que no permitían visitas porque se había escapado un preso o se había montado alguna 'gorda'. El hambre resultaba más angustioso que el estruendo de la lluvia de balas de los fusilamientos, pero Paulino y el resto de presos aprovechaban la poca comida que les llegaba si los carceleros tenían un día bueno y no tiraban las bandejas.
Paulino sufrió la guerra entre rejas, sin soltar palabra, sin poder animar a los suyos. Este campesino, conocido en Guadamur como 'El Dorado', "quería ir a la guerra", era un socialista que no podía con las injusticias", le ha escuchado decir Luis a su madre muchas veces. Su intervención en la fábrica de harina del pueblo es una de las pocas anécdotas que quedan intactas en su memoria. "Se encargó de la fábrica para que no la quemasen los del bando franquista. Consiguió reclutar a bastante gente y evitó que desapareciera".
Luis quiere recuperar los restos de su abuelo, enterrado en una fosa del 'Patio 43' del cementerio de Toledo. Apilaron su cadáver junto al de otros ocho represaliados. La historia de Paulino terminó de forma abrupta, como la de otros muchos encarcelados de la época. "A mí familia le quitaron la cartilla de racionamiento y pasó mucha hambre. A veces, daba propinas a los encargados de repartirla para comer un poco más". La gusa se mezcló con las humillaciones que soportaron su mujer y su hija, a las que cortaron el pelo al cero para que todo el pueblo las humillase 'por rojas'...
viernes, 27 de febrero de 2009
La desaparición de Felipe Aguado
Quizá el viaje de María sea quijotesco, las andanzas de una abuela obsesionada con la memoria de su padre, pero ella, al igual que el resto de familiares, tiene derecho a conocer el paradero de su padre y a que la fosa común del ‘Patio 42’, que esconde más de 700 cadáveres de represaliados civiles y militares se dignifique para honrar la memoria de toda esa gente. María no se cansa, a pesar de que se le atropellan las piernas. Ha llegado a remitirle una carta a la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, para que la Comisión Interministerial se haga cargo de su caso. Pero, la historia de Felipe Aguado continúa sin ver la luz. Y la lucha de esta abuela de Miranda de Ebro sólo ha recibido un puñado de intenciones. Pero María no dejará de buescar a su padre ni de honrar una memoria que quedó atrapada en su casa el día que desapareció. El día que su madre decidió callar y silenciar su desaparición por temor a represalias.
La luz de los olvidados
Díez días después, algunos vecinos que se trasladaron a la capital para asegurarse sus muertes trajeron de vuelta algunas pertenencias.
La historia de Santiago Castaño, el maestro de Caleruela, se perdió en el 'Tramo 48' del cementerio municipal de Toledo. Su nieto, Santiago Castaño Bellón lleva varios años intentando encontrar sus restos. "No quiero que sigan en el anonimato y perdidos como huesos de perro". Su caso es bastante atípico. Supo hace tres años que sus restos estaban en una fosa con 25 represaliados más. Cuando este periodista se enteró de que el Ayuntamiento de Toledo, gobernado entonces por el PP, estaba removiendo las fosas por falta de espacio, solicitó, junto a otros familiares,la exhumación de los cadáveres, que aún permanecen en bolsas de plástico en el cementerio a la espera de que el Ayuntamiento autorice el traslado de los cadáveres al País Vasco para que un experto antropólogo realice las pruebas de ADN.
(El reportaje de Santiago Castaño lo publiqué en La Tribuna de Toledo, en mayo de 2005. Foto cedida por Santiago Castaño)
jueves, 26 de febrero de 2009
Una carta de despedida
Apreciable y nunca 0lvidable Modesta, me creo que sean mis últimas letras con
sentimiento. No he podido hablar contigo en las últimas horas, y llevo bastantes
días con ansia de verte, pero me creo que el no venir no habrá sido por capricho, habrá sido por no poder. Lo comprendo porque los hechos me lo muestran, era sólo y exclusivamente para darte unos consejos de palabra, que aquí por escrito no puedo darte, pero tú te los puedes imaginar.
Ahora que te lo recomiéndolo mucho y que te lo quites si es preciso y que
te lo quites si es preciso de comer para que pagues si es necesario para que
aprendan a leer nuestros hijos, particularmente, Sigfrido, para que algún día
lea la historia cuando sea mayor que se está escribiendo con sangre de la clase
trabajadora. También podrá sacar la conclusión de que su padre murió por cumplir
con un deber en defensa del trabajo y de su clase proletaria como tal trabajador...
Sin más, que no penseis en mí como lo que han querido demostrar desde que
acabó la guerra, por ser un ladrón o tener las manos ensangrentadas. Si no por
ideas todo lo que éstos persiguen porque ellos son los que se levantaron en
contra de un Estado legalmente constituido, faltando a su juramento como tales
militares. Muchos besos y abrazos para Raimunda, Esperanza, Angelines y Sigfrido, mis hermanos, mis padres, tu madre y todas las hermanas y hermanos. Tú recibe un fuerte abrazo de éste, que nunca os olvida.
Florencio Soto murió de un tiró en la nuca el 20 de junio de 1940 en Toledo. Sus restos están en la fosa común del Patio 42 del cementerio municipal, que guarda los cadáveres de más de 700 represaliados