martes, 3 de marzo de 2009

Los trenes del horror



El convoy de los 927 fue el primer tren cargado de civiles enviado a los campos de concentración nazis. Todos ellos eran republicanos españoles. La historia de cientos de españoles ha salido a la luz, a pesar de que la Historia no se fijó en estos deportados que viajaron en los vagones de la muerte hasta el campo de exterminio austríaco. Llantos, hambre, muerte y miedo, mucho miedo.
FICHA TÉCNICA
Un reportaje de Montse Armengou. Realización: Ricard Belis. Imagen: Walter Ojeda. ENG: Eduard Quesada. Documentación: Montse Bailac. Producción: Muntsa Tarrés y Meritxell Ribas. Montaje: M. Josep Tubella. Montaje musical: Albert Carlota. Postproducción de audio: Carles García


Los huérfanos de Aldeanueva



Uno de los pocos recuerdos que le quedan de su padre es una vieja foto que le enseñaba su madre de joven. Fermín posaba con «un mono azul y una piqueta», lo del color lo pinta en su imaginación porque la foto se estampa en blanco y negro, a pie de obra. «Estaba trabajando en la construcción de un puente en Francia». Siempre que veía la foto le decía a su madre, «¿pero ese no soy yo?»Tenía un gran parecido a su padre de joven. Imposible. El señor del mono azul era su padre, al que apenas conoció, poco antes de caer en las redes del ejército nazi, que detuvo y traslado a Fermín y a otros muchos españoles al campo de concentración de Gusen, un apéndice del hórrido Mauthausen. Allí también llevó un mono, pero de presidiario, a rayas verticales blancas y azules, marcado con el triángulo azul con el que los alemanes distinguían a los españoles. La fecha de su muerte no se le olvida a Fermín hijo: 31 de enero de 1942. No sabe qué le hicieron, aunque ha visto reportajes en televisión contando la tragedia del exterminio, los hornos crematorios, la cantidad de personas que iban de un sitio para otro semidesnudas, sin esperanza, pasando hambre, trabajando como esclavos, viendo morir a su gente fusilada, quemada, asesinada, acurrucada en los rincones de aquellas cárceles inhumanas esperando la muerte y escuchando que terminarían en aquellos hornos...

La de veces que su hijo Fermín ha escuchado que los prisioneros entraban por las puertas de Mauthausen y de otros tantos campos de concentración austríacos y salían por la chimenea. Así se borraban las huellas de los crímenes nazis. «¡Se dicen tantas cosas! Lo que sé es que mi padre se despidió de otro del pueblo, que también estaba en Gusen, cuando le trasladaron a otro pabellón». Fueron las pocas noticias que recibió la familia al poco tiempo, cuando este otro vecino de Aldeanueva de San Bartolomé consiguió librarse de lamuerte y regresó al pueblo.

Muchos españoles quedaron huérfanos de padre omadre durante la Segunda Guerra Mundial. En la provincia de Toledo se ha recuperado un listado con el nombre y apellidos de 190 refugiados fallecidos en los campos de concentración entre 1940 (año en el que deportaron a los primeros cientos de españoles a Austria) y 1943. Ahora, más de sesenta años después, el gobierno francés ha decidido restituir la memoria de aquellos años y rescatar del olvido a tantos represaliados confinados en el horror. El Ministerio de Defensa aprobó un Decreto a finales de 2004 para que los descendientes perciban una indemnización de 27.440, 82 euros o una renta vitalicia de 457,35 euros mensuales con tal de que se acredite que la muerte sobrevino ‘por deportación’ o en los campos de concentración, y se faciliten documentos que prueben la filiación y que la edad del descendiente no superaba los 21 años en el momento de su muerte.

Fermín ya tiene toda la documentación preparada. El acta de defunción de su padre, un papel en alemán que confirma la fecha de su deportación al campo de Gusen y otros papeles que acreditan que se quedó huérfano con sólo cinco años. Sus otros dos hermanos eran un poco más mayores. «No le conocí. Estuvo en España hasta el 39, y sé que vino a verme, pero yo era muy pequeño. Cuando terminó la Guerra Civil se pasó a Francia como refugiado político y se alistó en un batallón de trabajadores. Luego se lo llevaron al campo de concentración». Pequeños retazos de una historia marcada por el silencio, porque simpatizar con la «izquierda» era castigo seguro. «Mi padre era bastante activo, iba de pueblo en pueblo vendiendo romanas y otros artilugios. Era un hombre bueno y nunca hizo mal a nadie. Era de izquierdas y estaba a favor del gobierno legal que había hasta el 36», relata Fermín, dejando claro que fue Franco quien armó la Guerra Civil...

(Fermín me contó la historia de su padre hace tres años. Estas letras son un extracto de parte del reportaje que publiqué en La Tribuna de Toledo)

lunes, 2 de marzo de 2009

Las guerras de Montealegre



Con quince años se comía el fusil con los ojos. «Fui el primero que salió voluntario de este pueblo para las milicias. Me marché aTalavera de la Reina, pero era muy joven y nadie me hacía caso». Lorenzo Montealegre, de 85 años, vive su particularGuerra Civil desde un recuerdo cabal, lleno de orgullo, de miedo, de miserias, de huidas y de hambre Todavía le persigue el fantasma de la España dividida, rota por los sublevados, por Franco, por la Guardia Civil y por los curas, según cuenta. «Yo iba a defender la República», clama orgulloso setenta años después. Pero el muchacho republicano de Aldeanueva de San Bartolomé no encontraba su sitio. Llegaban noticias de que Alía, pueblo extremeño cercano aGuadalupe, «lo había tomado la Guardia Civil». Y Lorenzo seguía sin fusil. Se desplazó hasta Puerto de San Vicente a las órdenes de un teniente llamadoMoreno. «Nos reunió a unos 400 para recuperar Alía y nos dijo que sólo había 54 fusiles. Fue señalando a unos cuantos para darles uno hasta que me tocó a mí. Me preguntó: ‘¿Tú no tienes 15 años?’ ‘No, míreme usted’, le contesté. ‘Tienes 15 años’, insistió, pero me dio el fusil».

28 de julio de 1936. Las fechas las tiene bien marcadas en su memoria. Fue la primera victoria de Lorenzo, que relata el episodio emocionado, con un pellizco en la garganta. «En Alía vi una cosa que me desagradó mucho. Cuando entramos al pueblo, había 15 o 20 republicanos sin enterrar y tuvimos que hacerlo nosotros». El pueblo consiguió resistir los embistes de un tricornio desertor.
A Montealegre le impresionó eso del destino. Cuando pasó por la Estrella, a pocos kilómetros de Aldeanueva, un miliciano le mandó a buscar la comida y le sustituyó en el puesto. A su regreso se encontró al mando muerto y tendido en una camilla. «Pero el día que tuve más cerca la muerte fue también durante la guerra. Un cabo de Albacete estaba contando un chiste en la trinchera y me llamó. Cuando me giré una bala pasó rozándome la cabeza y se clavó en la pared».

"Estuve en Castuela, Extremadura y de ahí subimos aTeruel. Cuando llegamos ya lo habían tomado los nacionales. Hicimos la campaña de Cataluña, el día que llegamos nos quedamos sin RufinoNavarro, un hombre valiente e inteligente». Repasa por encima estas batallas porque le urge hablar deValentín González, alias ‘El Campesino’, un extremeño de ideas anarquistas que recorrió parte de la península mandando a varias divisiones. Uno de los héroes. «Llegamos en desbandada y nos detuvo su tropa. ‘ElCampesino’ nos organizó y nos repartió ocho bombas de mano a cada uno: ‘Cuando anochezca tenéis que tomar la cota de los Almendros’, cerca del castillo de Lérida». Montealegre achina los ojos recordando el momento. Los milicianos, bajo las órdenes de dos hombres de confianza de‘El Campesino’, se arrastraron por la tierra y lanzaron las bombas con tanta suerte «que cayeron todas dentro de la trinchera», donde murieron treinta o cuarenta ‘enemigos’. «Vi tres panes al lado de una ametralladora. Llevaba dos días sin que me diesen suministro y tenía tanta hambre que me comí uno y medio».Una anécdota que recuerda con poco gusto. «Un compañero me preguntó qué comía y repartimosel resto entre unos cuantos. Cuando llegó ‘ElCampesino’ me felicitó. ‘¡Chócala, muchacho, así luchan los hombres de ‘El Campesino!’ Lorenzo se incorpora del respaldo y se pregunta y se responde haciendo gestos teatrales. El recuerdo le llena de orgullo, aunque lo que sigue le llenó de envidia: «‘ElCampesino’ nos reemplazó, nos llevó a la cocina y dio orden al cocinero para que nos diese salchichón, chorizo, carne... ¡Había hasta chocolate!"...

Una vez estuve tendido en el suelo mientras me apuntaban con dos ametralladoras. Pasémás de veinte minutos sin moverme, pensando que la única escapatoria era salir corriendo y alcanzar la trinchera, que estaba a ocho metros. Al final salí corriendo. Al saltar dentro me pinché en un codo con la bayoneta de un compañero, así que estuve tres o cuatro días en la enfermería».

En Francia. «Los franceses, con razón o no, nos trataron muy mal». Lorenzo pasó la frontera
y fue agrupado en un campo de selección, a cien kilómetros de los Pirineos. «Nos hacían pasar un
hambre terrible. Dormíamos en barrizales porque las barracas estaban mal montadas y se inundaban. En otros campos tenían más suerte, según me contaba Isidro y otros compañeros por carta. Dependía de quien mandase en los campos, en el de ellos tenían ideas liberales. En el mío había un noble francés amigo de Franco».

Lorenzo quería llegar a México, pero sabía que no tenía posibilidades, y decidió enrolarse en la legión. En el campo donde se formó como legionario había unos 300 españoles y de otras muchas nacionalidades, pero vivían agrupados y separados según los países. A Lorenzo le viene a la memoria otra trágica fecha: 2 de septiembre de 1939. Se equivoca por un día, cuando los franceses le declararon la guerra a Alemania. Fue el 3 de septiembre, después de que Gran Bretaña y Francia exigieran a Hitler la retirada inmediata de sus tropas del país polaco, la primera víctima de una guerra relámpago y de su revanchismo triunfalista. Meses después, en 1940, el ejército germano lanzó una ofensiva contra Francia, ocupando en poco tiempo buena parte del país. El 26 de mayo de ese año, Lorenzo Montealegre cayó en las redes alemanas, justo a las 4 de la tarde. «Me cogieron en Saint-Quentin. Me reventó una bala explosiva en el casco. Ese día me hicieron prisionero junto a otro legionario de Barbastro». En seguida les pidieron los papeles. Montealegre ya se sabía la historia y había tirado por ahí su cartilla, pero su compañero no. «¿Cómo se te ocurre?, le dije. Uno de los mandos alemanes cogió la cartilla de Julián y leyó: ‘Voluntarios por lo que dure la guerra en contra de Alemania’. ¡Vaya canallada nos hicieron los franceses poniendo eso en las cartillas!» Ambos terminaron en un hospital. «El médico vino a
ponernos una inyección y el compañero de Barbastro medijo: ‘¡Montealegre, nos están matando, que he oído que los alemanes matan así!’ ¡No seas idiota, esto vale mucho, si nos quisiera matar nos habrían pegado untiro que es más barato!’». Esa fue su última conversación. A Lorenzo le deportaron aAlemania y Julián se quedó en la Francia ocupada.

Etapa alemana. «Me llevaron como prisionero a Alemania y estuve 42 meses en pueblos
de la frontera con Polonia... En mi barracón éramos treinta. Por las mañanas venía un centinela
y gritaba para que saliésemos. Pasábamos el día trabajando y por la noche pasaba lista y nos dejaba encerrados hasta el día siguiente».

Tras veinte meses en un aserradero, Lorenzo trabajó para un comisionista, repartiendo por el pueblo los paquetes que recibía de los negocios. Iba y venía a la estación y recuerda que fueron unos meses tranquilos, aunque nunca olvidará el día que vio bajar de cuatro o cinco vagones a muchas mujeres y niños. «Iban descalzos y el suelo estaba nevado. Era como una columna ambulante demuertos». No supo de dónde venían, pero aventura que eran alemanes que vivían en Polonia. «Hicieron un campo para ellos». También fue testigo del horror de aquella gente. «A su paso por el pueblo se abrieron muchas puertas y ventanas. La gente les insultaba».

«Al principio nos daban de comer todas las patatas que quisiésemos, pero luego sólo siete al día, y te salían algunas malas». Lorenzo llevaba muchos meses ya hablando alemán yen una tierra demasiado fría. Trabajaba como panadero cuando un día se dio una vuelta por la estación y se encontró con un cargamento de patatas. «Las pommes de terre iban para Francia». No se lo pensó. Por la noche le comentó la jugada al resto de compañeros. Sólo dos franceses le acompañaron en su huida. «Esperamos a que el centinela pasase revista por la noche y nos escapamos porque sabíamos abrir las puertas. Nos escondimos entre las patatas de uno de los vagones. Pensamos que el tren saldría a las ocho de la mañana, pocas horas después, pero lo hizo a las cinco o seis de la tarde del día siguiente. Creí que nos pillarían». Montealegre y sus dos compañeros pasaron 11 días escondidos. El tren paró en un pueblo al norte de Francia el 21 de octubre de 1943. Sobrevivieron gracias a las patatas. «Me gustan mucho, las creo mis salvadoras.
Nos las comíamos crudas y aprendí a distinguir calidades. Las que tenían una veta azul las guardábamos para el postre..."

(Lorenzo Montealegre me contó su historia una tarde en Aldeanueva de San Bartolomé. Se publicó en La Tribuna de Toledo el 14 de mayo de 2006. En la actualidad vive en Venezuela)

La llave de la represión


Piedad todavía se encoge cuando recuerda el día que llamaron a voces a su compañera Milagros Garrido. La llamada la dejó muda, pero bajó al patio y poco después se la llevaron al cementerio. Ese día entró el forense, como de costumbre, y los funcionarios cogieron a unas cuantas mujeres. Algunas estaban condenadas a muerte. Otras, a varios años de reclusión. El resto ni siquiera había pasado el juicio rutinario. Milagros ya sabía lo que le esperaba y pidió darle un beso a su novio antes de salir al patio, pero se lo negaron. A Dionisio sólo le dio tiempo a dejar escrito un emotivo poema y a mirar por la rendija del respiradero cómo se llevaban a su prometida por las escaleras.
Piedad consiguió librarse de la llamada a voces durante los tres años que permaneció recluida en la cárcel de Ocaña con una pena de muerte. La juzgaron junto a otras cinco personas más de su pueblo, Quintanar de la Orden, el 21 de septiembre de 1939. Ya sabía lo que era la cárcel porque permaneció encerrada en la de Cáceres durante buena parte de la Guerra Civil. Pero parecía que esta vez la sentencia auguraba un final trágico. "Muchas noches pensaba que me tocaría a mí, pero otras me decía que solían matar a las mujeres que tenían hijos, y yo era demasiado joven".
La guerra psicológica se imponía en las cárceles franquistas con asesinatos de padres y madres, que dejaban a sus hijos a la suerte de la adopción, siguiendo las tesis del controvertido psiquiatra Antonio Vallejo-Nágera, que se servía de la ideología nazi para sojuzgar a la población y acabar con el marxismo. Algunos expertos calculan que unos 12.0000 niños fueron secuestrados durante los primeros años de la dictadura franquista.
Piedad aprendió a ser perspicaz cuando era muy niña. El carácter, la capacidad de lucha por sus ideales comunistas, las vivencias con los milicianos y sus años en prisión domaron su juventud. Pero nunca hablaba de su ideología. La detuvieron en agosto de 1939, cuando vivía en Madrid, porque se le ocurrió poner el remite de un amigo que recibía las cartas en las líneas que envió a su madre. Al joven le interrogaron y terminó confesando su paradero. Y a ella la detuvieron y la
trasladaron a la prisión de Quintanar. Allí permaneció unos días, hasta que José Manzanero -uno de los maquis más relevantes de los Montes de Toledo- y otros presos se escaparon del penal. Casi todos lo pagaron con una saca masiva. «Ese día mataron amás de 120 personas. A las mujeres también nos querían fusilar, pero nos salvó el sargento Madriles. Teníamos un agujero en el suelo de la celda porque faltaba un tubo y vimos cómo convencía a otros militares de que nosotras no teníamos la culpa de la huida. En Ocaña, las mujeres compartían la planta alta y los hombres sehacinaban en la baja. Las cifras de reclusos desbordaron el penal durante los primeros años del Régimen con una avalancha demás de 7.000 hombres y alrededor de 2.000 mujeres."Llegamos a compartir una celda de una persona entre doce y catorce mujeres. El grifo estaba cortado y nos dejaban media hora al día para llenar los cubos de agua que teníamos que usar cada 24 horas. Terminamos conociendo el olor amierda de todo el mundo». Cada una dormía como podía. A Piedad sumadre le llevó un colchón de lana, pero el resto de sus compañeras de celda se arrebujaban en pequeños petates. Quien no se podía hacer con algún camastro en la cárcel de Ocaña dormía en el suelo, estuviera sano o enfermo. «No había día en que alguien no tirase algún cubo de agua sobre la ropa de las camas». A Piedad no le cuesta recordar estos momentos, los dibuja con media sonrisa. «Nos comunicábamos con los chicos a través del váter. Por ahí nos hablábamos. Era la única manera, porque estábamos en plantas distintas». El patio lo pisaban poco, media hora por la mañana. «Cuando íbamos a misa, veíamos a los chicos muy guapos y limpitos. Se preparaban para recibir la visita de los familiares, pero muchos faltaban al domingo siguiente».

El chasquido de la llave en el cerrojo delataba la agonía de aquellos hombres y mujeres, condenados a un inhumano destino. Escuchar los nombres y apellidos de los elegidos para el paseo cortaba el aliento de Piedad. «Un día llamaron a Sánchez Comendador. Llevaba una camisa nueva y cara que le había regalado su novia. Se la quitó y se la regaló al más viejo de la celda. Salió al patio cantando una canción»... La única ventaja de la que disfrutó mientras estuvo en Ocaña es que no la obligaron a cantar el falangista Cara al Sol ni una sola vez. No sintió esa presión psicológica que sufrieron muchos otros presos, obligados a ver morir sus ideas y profesar el franquismo. Sin embargo, las torturas fueron diarias. Golpes, quemaduras, y métodos más sutiles,como echar agua en la boca de los presos a través de un embudo para que cantasen, al modo de la Inquisición, pueblan los anecdotarios, todavía vivos, de las celdas franquistas.

El indulto. Tres años sorteando la muerte recompensaron a Piedad con una revisión de condena. Fue trasladada a la prisión de Guadalajara en1942, pero al poco tiempo recibió el indulto. «Le he dado muchas vueltas, pero creo que me perdonaron porque sólo tenía dieciséis años cuando empezó la guerra y porque nunca me pronuncié sobre mis ideas», cuenta esta toledana, que aún mantiene sus convicciones comunistas. El indulto se ganaba con muchísimo esfuerzo. La administración solicitaba a los puestos de la Guardia Civil de los pueblos -en el caso de Piedad, Quintanar de la Orden- informes sobre la persona, su familia, actividad o ideología. «Mis informes no eran buenos, pero los rompieron, me indultaron y me desterraron durante unosmeses». Piedad empezó a disfrutar de su libertad, aunque lejos de su madre y de su hermano, encarcelados en Cebreros y, poco más tarde, en Madrid. Pero su sitio estaba en Quintanar de la Orden y no tardó en regresar a casa con su familia.
(Piedad Arribas me contó su vida en el año 2006. Publiqué un reportaje en La Tribuna de Toledo el 19 de noviembre de ese mismo año)

Otras historias de la represión franquista

La represión franquista es uno de los episodios más crueles y sangrientos de la Historia. Los últimos días de septiembre de 1936 no se olvidarán jamás. Las tropas del general Varela arrasaron a su paso por Toledo. Los cadáveres se apilaron en plazas y en esquinas durante días. Pero esta ciudad no es la única que guarda una Historia negra...

Testimonios de algunas víctimas...
http//http://www.rtve.es/resources/mp3/0/1/1228041555310.mp3

sábado, 28 de febrero de 2009

Las batallas de Pantalón


En Sonseca se corría la voz de la guerra a mediados de julio de 1936. La radio anunciaba la tormenta, los guardias civiles y los jóvenes de izquierdas se cruzaban la mirada, se vigilaban, hacían guardia casi desarmados. Nadie sabía muy bien qué ocurría..."Un día fuimos mi amigo Chirría y yo al matadero. Allí daban comida a los del pueblo". Pero el centinela de la entrada les negó la entrada porque no llevaban plato. Era obligatorio para la ración. Tras varias amenazas entraron y se encontraron un menú raquítico: Patatas y huesos. «Aquello me repugnó y nos dirigimos a casa del alcalde de izquierdas». Se le encontraron en una buena mesa comiendo con las autoridades de Sonseca su buena carne, mientras la gente del pueblo se contentaba con las sobras. Guillermo se enfadó tanto que decidió marcharse aToledo para ayudar al Frente Popular. Acababa de estallar la sublevación...


El primer encargo como milicianos consistió en traer leche de Argés para la población civil. El verano fue asfixiante enToledo. La población convivía en medio del campo de batalla, con muertos diarios, saqueos, enfrentamientos y toques de queda. Aun así, no existió una gran hambruna y el abastecimiento corrió a cargo del Comité del Frente Popular. A Guillermo y a Chirría les proporcionaron un coche, un jornal de diez pesetas diarias y una misión. «Traíamos la leche a una lechería que estaba cerca del Ayuntamiento y la repartíamos entre la gente deToledo. Siempre había mucha cola». Uno de esos días se encontró a la esposa de unguardia civil de Sonseca que se había encerrado en el Alcázar. La mujer estaba en la cola y le reconoció. Se acercó enseñando la jarra y le comentó que no tenía qué comer y que su hija estaba enferma. «Siempre dejábamos un poco de leche para los compromisos y le dije que bajase a Pozoamargo que, enseguida, iría yo. Le bajé medio litro y al día siguiente otro medio. No la volví a ver más»...


Además de cuidar el aprovisionamiento, Guillermo era un miliciano a las órdenes de un mando deVilla de Don Fadrique. Hacía guardias nocturnas en una trinchera improvisada en Zocodover. Recorría varias calles, pegaba algún tiro que otro al aire y volvía a su puesto. También entraba a alguna casa abría la puerta a la fuerza y cogía el dinero, los objetos de valor, las armas de fuego y cualquier cosa útil. Lo envolvíamos todo en una manta y lo llevábamos al Frente Popular. No nos quedábamos con nada, incluso nos cacheábamos para asegurarnos de que no se robaba...


«Otro día entramos a un convento, que estaba enfrente de un cuartel de la Guardia Civil, y encontramos varios fusiles y cajas de municiones en un pozo que recogía el agua de la lluvia. Lo cogimos todo y yo me quedé con uno de los fusiles. Cuando llegamos a Zocodover, tenía muchas ganas de probarlo y de pegar un tiro al Alcázar...» Guillermo se ríe, debajo de la boina le queda la cicatriz de aquella chiquillada. «Apunté y noté algo raro,peronosabía quesehabía metido arena en el cerrojo. Al disparar me reventó el fusil y la uña extractora me abrió la frente»... ¿Qué sentía sabiendo que el Alcázar estaba tomado? «Sólo pensábamos en pelar a Moscardón, no pensábamos en otra cosa». A Guillermo se le atraganta el nombre del entonces coronel. Apenas le nombra en su relato, pero cuando lo hace no hay manera de que diga Moscardó. En cambio, su memoria encuentra una y otra vez...


Los asaltos al Alcázar

«Participé en tres ataques al Alcázar». Sólo habla del‘gordo’, del día en que explotaron la minas bajo los muros de la fortaleza. «Fue el 18 de septiembre. Estaba todo preparado. A muchos milicianos nos llevaron al Puente de San Martín poco antes de la explosión. Creíamos que sólo había explotado una cuando nos dieron la orden de atacar la fortaleza. Nos metimos muchos en la Academia. Moscardón,laGuardiaCivil yel resto de personas estaban escondidos en los sótanos. Teníamos a la Guardia Civil a veinte metros. Un capitán nos dijo: ‘Si hoy hay algún herido es por la poca precaución’. Levantó la cabeza, se asomó y le pegaron un tiro».
¿Por qué se retiraron poco después? «No lo sé. Estábamos con picos preparados para levantar el entarimado de madera y acceder a los sótanos. Alguien daría una orden porque nos estaban breando a cañonazos con una batería de los nuestros».


La huida

La evacuación masiva los últimos días de septiembre dejó la ciudad vacía. La tropas deVarela cercaban la ciudad y avanzaban hacia el centro. «Nos llegó una orden para que abandonásemos Toledo porque venía el enemigo. Pasamos por delante de los del Alcázar, que pegaban cada tiro que valía un credo, y nos colamos en el cuartel de los guardias de asalto, pero ya no había nadie. En la zona del Miradero dejaron varias ametralladoras, pero tampoco funcionaban y las tiramos por las rocas». Guillermo no era muy consciente de lo que se avecinaba. Aun así, acompañó a otros compañeros hasta el Puente de San Martín para huir de la capital. De camino, cogió una manta, la dobló y la colocó de bandolera. Debajo guardaba cuatro bombas lafitte, un bolso de cuero y la munición. El fusil lo llevaba colgado. «Al llegar al puente vi a mucha gentequequeríamarcharse. A la entrada había uno con un pañuelo de la CNT que exigía quedarse enlaciudad a los que tenían armas. Yo, como veía que ya no había nada que hacer, me arrimé a la pared y pasé a gatas para que no me viese el oficial y para salir del alcance de las ametralladoras que tiraban hacia allí»...

Guillermo pasó el puente, se escondió en un olivar y caminó hasta Burguillos. Horas después llegó a Sonseca y se refugió en casa de su hermana.Volvió a integrarse en la Casa del Pueblo. «Hubo una saca. Había que matar a treinta personas y nos dijeron que acompañásemos a los del comité. Mi amigo Chirría, que también había vuelto de Toledo, y yo obedecimos, pero, enseguida, nos fuimos a que el mando de Villa de Don Fadrique nos pagase los atrasos que nos debían por combatir enToledo. Así que no participé en el fusilamiento»...


En la prisión

«Una noche me dijo el teniente que cogiese la pistola y el caballo que nos íbamos a Navahermosa. A la mañana siguiente llegaron las fuerzas de Franco y nos entregamos como corderos. Nos tuvieron todo el día sin comer y nos llevaron al campo de concentración de San Martín de Pusa hasta que acabó la guerra. A los que no teníamos delitos de sangre nos dejaron marcharnos de allí. Me dieron una lata de sardinas y volví a casa». Guillermo era libre, aunque decidió entregarse a la Guardia Civil de Sonseca cuando regresó al pueblo -«¡No me iba a ir a los montes a que me pegaran dos tiros!», grita-y el hermano del alcalde aprovechó para pegarle una paliza. Ese fue el pago del «falangista» por protegerle durante la guerra y llevarle como miliciano a su lado para salvarle. Con el petate al hombro, Pantalón caminó hasta una antigua fábrica de mantas que servía de cárcel. «Me encerraron. Éramos muchos y olía mal».


Lo peor era escuchar a voces los nombres de los siguientes fusilados. «Esa mañana sacaron a tres del calabozo. Se acercó el falangista que vigilaba los presos y abrió mi puerta. ‘¡Guillermo Galán!’, dijo.Yo ya tenía la mosca detrás de la oreja.‘Guillermo Galán Rodríguez’, le contesté. Me dijo que tenía que acompañarle(...) Al final la cosa no iba conmigo, sino con Guillermo Galán Puebla».
El 5 de marzo de1 939 volvió a pisar la capital. LaGuardia Civil trasladó a bastantes presos al Ayuntamiento para que les juzgase el Consejo de Guerra. La condena: Sentencia de muerte por un delito de «rebelión militar».Vivió dieciocho meses recluido esperando que le conmutasen la pena y se la rebajasen a treinta años. «Mi hermana buscó tres testigos, un cuñado, un primo y otro que nunca he sabido, y el Ayuntamiento me lo concedió».

Pantalón llegó a pensar que los franceses, que meses después luchaban contra Hitler, terminarían liberando el país. Las rejas de Burgos, Talavera de la Reina y Sevilla le comieron muchos años, once años de patatas y cáscaras de naranja.


(Guillermo me contó su historia durante el verano de 2006. Tenía 87 años. Murió el año pasado. El texto es parte de un reportaje que publiqué en La Tribuna de Toledo)

Trece historias que nunca se borrarán

Para Carmen Barrero (20 años, modista y miembro del PCE), Martina Barroso (24 años, modista y militante de las JSU), Blanca Brisac (29 años. No militaba en ninguna organización pero la encarcelaron por ayudar a un amigo comunista de su marido), Pilar Bueno(27 años, modista y miembro del PCE), Julia Conesa (19 años, modista y miembro de las JSU), Adelina García Casillas (19 años, miembro de las JSU), Elena Gil (20 años y miembro de las JSU), Virtudes González García (18 años, modista y miembro de las JSU), Ana López Gallego (21 años, modista y miembro de las JSU), Joaquina López Laffite (23 años, miembro de las JSU, finalizada la guerra fue nombrada secretaria femenina del Comité Provincial clandestino), Dionisia Manzanero (20 años, miembro del PCE y elegida una vez acabar la guerra como enlace entro los dirigentes del Partido que quedaron en la capital), Victoria Muñoz (18 años y miembro de las JSU) y Luisa Rodríguez de la Fuente (18 años, sastra y miembro de las JSU).


Para todas ellas... "Las trece rosas"


La memoria de El Dorado


A Paulino le fusilaron el 31 de agosto de 1939... Pero en algunos registros figura el día 29. Dos días menos de sufrimiento. Este campesino de izquierdas, "muy de izquierdas", según su familia, murió casi cinco meses después del final de la Guerra Civil. La siguió en las trincheras durante el verano del 36, a pocos kilómetros de la capital, pero el chivatazo de un sacerdote aceleró la detención del grupo de republicanos atrincherado a pocos kilómetros de la capital a finales de septiembre. "El cura vio como se trasladaban las armas y le comunicó a las tropas franquistas que había un polvorín cerca de las trincheras", relata su nieto Luis de la Torre. La captura estaba hecha. Las tropas del general Varela entraron en la ciudad, arrasaron a su paso y redujeron a los milicianos que no emprendieron la huida. Los que luchaban junto a Paulino no pararon de lanzar granadas y de apurar las municiones durante dos días, hasta que el ataque del ejército sublevado sobre la ciudad forzó el abandono de la mayoría de los milicianos y la detención del reducto que todavía quería quemar los últimos cartuchos.

El nieto de Paulino suele llevar su foto en el bolsillo de su camisa. Le conoce de oídas, pero se siente orgulloso cuando algún anciano le recuerda en Guadamur, donde vivió hasta 1936. Su familia también echa la vista atrás, pero la amargura de las pesadillas de aquel verano todavía se asoma a su casa. Noches en vela esperando noticias, soñando su salida de la prisión de San Bernardo, temiendo que la guerra terminase y en la lista de fusilados de una mañana cualquiera se encontrase su nombre...

"Mi abuela Beatriz iba a verle a la cárcel con mi madre y mi tío, que tenía cuatro años". Había días que no permitían visitas porque se había escapado un preso o se había montado alguna 'gorda'. El hambre resultaba más angustioso que el estruendo de la lluvia de balas de los fusilamientos, pero Paulino y el resto de presos aprovechaban la poca comida que les llegaba si los carceleros tenían un día bueno y no tiraban las bandejas.

Paulino sufrió la guerra entre rejas, sin soltar palabra, sin poder animar a los suyos. Este campesino, conocido en Guadamur como 'El Dorado', "quería ir a la guerra", era un socialista que no podía con las injusticias", le ha escuchado decir Luis a su madre muchas veces. Su intervención en la fábrica de harina del pueblo es una de las pocas anécdotas que quedan intactas en su memoria. "Se encargó de la fábrica para que no la quemasen los del bando franquista. Consiguió reclutar a bastante gente y evitó que desapareciera".

Luis quiere recuperar los restos de su abuelo, enterrado en una fosa del 'Patio 43' del cementerio de Toledo. Apilaron su cadáver junto al de otros ocho represaliados. La historia de Paulino terminó de forma abrupta, como la de otros muchos encarcelados de la época. "A mí familia le quitaron la cartilla de racionamiento y pasó mucha hambre. A veces, daba propinas a los encargados de repartirla para comer un poco más". La gusa se mezcló con las humillaciones que soportaron su mujer y su hija, a las que cortaron el pelo al cero para que todo el pueblo las humillase 'por rojas'...


En el caso de Paulino López los números sumaron su desgracia. No se sabe el día exacto de su muerte, pero le detuvieron en octubre de 1936 y murió fusilado cuando tenía cumplidos esos mismos años.


(Extracto de la historia de Paulino. El reportaje lo publiqué en el diario La Tribuna de Toledo, el 13 de abril de 2008)

viernes, 27 de febrero de 2009

La desaparición de Felipe Aguado


“Quiero que me den los restos mortales de mi padre si alguna vez se exhuma la fosa común para que descansen junto a los de mi madre”. A María Aguado no se le va de la cabeza. Ha escrito todas las cartas posibles a administraciones e instituciones y una vez al año se traslada a Toledo para pedir que los restos de Felipe Aguado, un chófer que trabajaba en esta capital en el verano de 1936 que desapareció de un día para otro. Su familia, que vivía en Madrid, no tuvo más noticias.

Quizá el viaje de María sea quijotesco, las andanzas de una abuela obsesionada con la memoria de su padre, pero ella, al igual que el resto de familiares, tiene derecho a conocer el paradero de su padre y a que la fosa común del ‘Patio 42’, que esconde más de 700 cadáveres de represaliados civiles y militares se dignifique para honrar la memoria de toda esa gente. María no se cansa, a pesar de que se le atropellan las piernas. Ha llegado a remitirle una carta a la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, para que la Comisión Interministerial se haga cargo de su caso. Pero, la historia de Felipe Aguado continúa sin ver la luz. Y la lucha de esta abuela de Miranda de Ebro sólo ha recibido un puñado de intenciones. Pero María no dejará de buescar a su padre ni de honrar una memoria que quedó atrapada en su casa el día que desapareció. El día que su madre decidió callar y silenciar su desaparición por temor a represalias.

La luz de los olvidados


El maestro Santiago Castaño llevaba varios días encerrado en el Ayuntamiento, junto al alcalde y otros tres jóvenes, bajo la custodia de un hombre anciano. Olía el miedo, los fusiles y los rumores que gritaban que tendría que venir a declarar a Toledo.El maltrecho carcelero les animó a que se escaparan y se perdieran en el río.. Pero tenían poco que ocultar, habían colaborado con la derecha y con la izquierda en el pueblo para evitar que se derramase la sangre que corría en cualquier lugar de la provincia.

Díez días después, algunos vecinos que se trasladaron a la capital para asegurarse sus muertes trajeron de vuelta algunas pertenencias.

La historia de Santiago Castaño, el maestro de Caleruela, se perdió en el 'Tramo 48' del cementerio municipal de Toledo. Su nieto, Santiago Castaño Bellón lleva varios años intentando encontrar sus restos. "No quiero que sigan en el anonimato y perdidos como huesos de perro". Su caso es bastante atípico. Supo hace tres años que sus restos estaban en una fosa con 25 represaliados más. Cuando este periodista se enteró de que el Ayuntamiento de Toledo, gobernado entonces por el PP, estaba removiendo las fosas por falta de espacio, solicitó, junto a otros familiares,la exhumación de los cadáveres, que aún permanecen en bolsas de plástico en el cementerio a la espera de que el Ayuntamiento autorice el traslado de los cadáveres al País Vasco para que un experto antropólogo realice las pruebas de ADN.

(El reportaje de Santiago Castaño lo publiqué en La Tribuna de Toledo, en mayo de 2005. Foto cedida por Santiago Castaño)

jueves, 26 de febrero de 2009

Una carta de despedida


Apreciable y nunca 0lvidable Modesta, me creo que sean mis últimas letras con
sentimiento. No he podido hablar contigo en las últimas horas, y llevo bastantes
días con ansia de verte, pero me creo que el no venir no habrá sido por capricho, habrá sido por no poder. Lo comprendo porque los hechos me lo muestran, era sólo y exclusivamente para darte unos consejos de palabra, que aquí por escrito no puedo darte, pero tú te los puedes imaginar.

Ahora que te lo recomiéndolo mucho y que te lo quites si es preciso y que
te lo quites si es preciso de comer para que pagues si es necesario para que
aprendan a leer nuestros hijos, particularmente, Sigfrido, para que algún día
lea la historia cuando sea mayor que se está escribiendo con sangre de la clase
trabajadora. También podrá sacar la conclusión de que su padre murió por cumplir
con un deber en defensa del trabajo y de su clase proletaria como tal trabajador...

Sin más, que no penseis en mí como lo que han querido demostrar desde que
acabó la guerra, por ser un ladrón o tener las manos ensangrentadas. Si no por
ideas todo lo que éstos persiguen porque ellos son los que se levantaron en
contra de un Estado legalmente constituido, faltando a su juramento como tales
militares. Muchos besos y abrazos para Raimunda, Esperanza, Angelines y Sigfrido, mis hermanos, mis padres, tu madre y todas las hermanas y hermanos. Tú recibe un fuerte abrazo de éste, que nunca os olvida.


Florencio Soto murió de un tiró en la nuca el 20 de junio de 1940 en Toledo. Sus restos están en la fosa común del Patio 42 del cementerio municipal, que guarda los cadáveres de más de 700 represaliados



miércoles, 25 de febrero de 2009

Corazones congelados


Escribía Almudena Grandes en su novela 'El corazón helado' que los prisioneros de los campos de concentración ya no pensaban, ya no les dolía nada porque el horror se había comido todo su llanto, sólo sobrevivían para que nadie les quitase su manta, lo único que les quedaba. La escritora madrileña refleja la realidad con crudeza, pero la Guerra Civil lo fue, fue cruda y horrenda para todos. Quizá más para los que murieron tirados en cunetas, fusilados al amanecer en las tapias de los cementerios, o en los patios de las cárceles bajo la atenta mirada de sus compañeros... Quizá... los próximos. La guerra destruyó hogares, despedazó familias, enfrentó a hermanos y tiñó se sangre un país que había elegido ser republicano, con sus aciertos y sus dificultades, pero con urnas y votos.

La memoria histórica de los nuestros es lo que nos queda de aquella época. Muchos políticos pretenden silenciarla insistiendo en que el pasado no se remueva, pero muchas familias necesitan remover las fosas para encontrar los restos de los suyos, escuchar las historias de sus abuelos que no quieren perder sus vivencias, recordar esos tiempos tan malos que obligaron a más de medio millón de españoles a emigrar a Francia y a otros países en busca de las oportunidades que les negaron los sublevados, aquéllos que un buen día decidieron acabar con la democracia e instaurar una horrenda dictadura, liderada por un temible Franco. A los que no paran de pregonar que los 'rojos' también cometieron atrocidades hay que darles la razón... Había una guerra, pero lo Alpagaron con una brutal represión del ejército nacional y una dictadura de más de 40 años.

Nuestra Historia son ellos. Esos abuelitos achacosos que te invitan a sentarse con ellos en su mesa camilla, que te piden que escuches su vida. Que calman los achaques de la edad con su buena oratoria, que te cuentan la realidad de lo que pasó tal y como sucedió, sin endulzarla ni amargarla. Esos abuelos siguen vivos para quien quiera escucharles. Y seguirán habitando en la memoria de todos. Todos los nietos deberían sacrificar un rato de su tiempo libre y sentarse con sus abuelos a conocer su vida, la historia de los protagonistas de una época, la memoria viva que nunca podrán ofrecer los historiadores por mucho que se empeñen. Una tarde con uno de estos ancianos es la mejor clase magistral. La escuela de la vida.
Entrevista con la escritora Almudena Grandes sobre su libro 'Los corazones helados' en la 2.