lunes, 2 de marzo de 2009

La llave de la represión


Piedad todavía se encoge cuando recuerda el día que llamaron a voces a su compañera Milagros Garrido. La llamada la dejó muda, pero bajó al patio y poco después se la llevaron al cementerio. Ese día entró el forense, como de costumbre, y los funcionarios cogieron a unas cuantas mujeres. Algunas estaban condenadas a muerte. Otras, a varios años de reclusión. El resto ni siquiera había pasado el juicio rutinario. Milagros ya sabía lo que le esperaba y pidió darle un beso a su novio antes de salir al patio, pero se lo negaron. A Dionisio sólo le dio tiempo a dejar escrito un emotivo poema y a mirar por la rendija del respiradero cómo se llevaban a su prometida por las escaleras.
Piedad consiguió librarse de la llamada a voces durante los tres años que permaneció recluida en la cárcel de Ocaña con una pena de muerte. La juzgaron junto a otras cinco personas más de su pueblo, Quintanar de la Orden, el 21 de septiembre de 1939. Ya sabía lo que era la cárcel porque permaneció encerrada en la de Cáceres durante buena parte de la Guerra Civil. Pero parecía que esta vez la sentencia auguraba un final trágico. "Muchas noches pensaba que me tocaría a mí, pero otras me decía que solían matar a las mujeres que tenían hijos, y yo era demasiado joven".
La guerra psicológica se imponía en las cárceles franquistas con asesinatos de padres y madres, que dejaban a sus hijos a la suerte de la adopción, siguiendo las tesis del controvertido psiquiatra Antonio Vallejo-Nágera, que se servía de la ideología nazi para sojuzgar a la población y acabar con el marxismo. Algunos expertos calculan que unos 12.0000 niños fueron secuestrados durante los primeros años de la dictadura franquista.
Piedad aprendió a ser perspicaz cuando era muy niña. El carácter, la capacidad de lucha por sus ideales comunistas, las vivencias con los milicianos y sus años en prisión domaron su juventud. Pero nunca hablaba de su ideología. La detuvieron en agosto de 1939, cuando vivía en Madrid, porque se le ocurrió poner el remite de un amigo que recibía las cartas en las líneas que envió a su madre. Al joven le interrogaron y terminó confesando su paradero. Y a ella la detuvieron y la
trasladaron a la prisión de Quintanar. Allí permaneció unos días, hasta que José Manzanero -uno de los maquis más relevantes de los Montes de Toledo- y otros presos se escaparon del penal. Casi todos lo pagaron con una saca masiva. «Ese día mataron amás de 120 personas. A las mujeres también nos querían fusilar, pero nos salvó el sargento Madriles. Teníamos un agujero en el suelo de la celda porque faltaba un tubo y vimos cómo convencía a otros militares de que nosotras no teníamos la culpa de la huida. En Ocaña, las mujeres compartían la planta alta y los hombres sehacinaban en la baja. Las cifras de reclusos desbordaron el penal durante los primeros años del Régimen con una avalancha demás de 7.000 hombres y alrededor de 2.000 mujeres."Llegamos a compartir una celda de una persona entre doce y catorce mujeres. El grifo estaba cortado y nos dejaban media hora al día para llenar los cubos de agua que teníamos que usar cada 24 horas. Terminamos conociendo el olor amierda de todo el mundo». Cada una dormía como podía. A Piedad sumadre le llevó un colchón de lana, pero el resto de sus compañeras de celda se arrebujaban en pequeños petates. Quien no se podía hacer con algún camastro en la cárcel de Ocaña dormía en el suelo, estuviera sano o enfermo. «No había día en que alguien no tirase algún cubo de agua sobre la ropa de las camas». A Piedad no le cuesta recordar estos momentos, los dibuja con media sonrisa. «Nos comunicábamos con los chicos a través del váter. Por ahí nos hablábamos. Era la única manera, porque estábamos en plantas distintas». El patio lo pisaban poco, media hora por la mañana. «Cuando íbamos a misa, veíamos a los chicos muy guapos y limpitos. Se preparaban para recibir la visita de los familiares, pero muchos faltaban al domingo siguiente».

El chasquido de la llave en el cerrojo delataba la agonía de aquellos hombres y mujeres, condenados a un inhumano destino. Escuchar los nombres y apellidos de los elegidos para el paseo cortaba el aliento de Piedad. «Un día llamaron a Sánchez Comendador. Llevaba una camisa nueva y cara que le había regalado su novia. Se la quitó y se la regaló al más viejo de la celda. Salió al patio cantando una canción»... La única ventaja de la que disfrutó mientras estuvo en Ocaña es que no la obligaron a cantar el falangista Cara al Sol ni una sola vez. No sintió esa presión psicológica que sufrieron muchos otros presos, obligados a ver morir sus ideas y profesar el franquismo. Sin embargo, las torturas fueron diarias. Golpes, quemaduras, y métodos más sutiles,como echar agua en la boca de los presos a través de un embudo para que cantasen, al modo de la Inquisición, pueblan los anecdotarios, todavía vivos, de las celdas franquistas.

El indulto. Tres años sorteando la muerte recompensaron a Piedad con una revisión de condena. Fue trasladada a la prisión de Guadalajara en1942, pero al poco tiempo recibió el indulto. «Le he dado muchas vueltas, pero creo que me perdonaron porque sólo tenía dieciséis años cuando empezó la guerra y porque nunca me pronuncié sobre mis ideas», cuenta esta toledana, que aún mantiene sus convicciones comunistas. El indulto se ganaba con muchísimo esfuerzo. La administración solicitaba a los puestos de la Guardia Civil de los pueblos -en el caso de Piedad, Quintanar de la Orden- informes sobre la persona, su familia, actividad o ideología. «Mis informes no eran buenos, pero los rompieron, me indultaron y me desterraron durante unosmeses». Piedad empezó a disfrutar de su libertad, aunque lejos de su madre y de su hermano, encarcelados en Cebreros y, poco más tarde, en Madrid. Pero su sitio estaba en Quintanar de la Orden y no tardó en regresar a casa con su familia.
(Piedad Arribas me contó su vida en el año 2006. Publiqué un reportaje en La Tribuna de Toledo el 19 de noviembre de ese mismo año)

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