viernes, 27 de febrero de 2009

La desaparición de Felipe Aguado


“Quiero que me den los restos mortales de mi padre si alguna vez se exhuma la fosa común para que descansen junto a los de mi madre”. A María Aguado no se le va de la cabeza. Ha escrito todas las cartas posibles a administraciones e instituciones y una vez al año se traslada a Toledo para pedir que los restos de Felipe Aguado, un chófer que trabajaba en esta capital en el verano de 1936 que desapareció de un día para otro. Su familia, que vivía en Madrid, no tuvo más noticias.

Quizá el viaje de María sea quijotesco, las andanzas de una abuela obsesionada con la memoria de su padre, pero ella, al igual que el resto de familiares, tiene derecho a conocer el paradero de su padre y a que la fosa común del ‘Patio 42’, que esconde más de 700 cadáveres de represaliados civiles y militares se dignifique para honrar la memoria de toda esa gente. María no se cansa, a pesar de que se le atropellan las piernas. Ha llegado a remitirle una carta a la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, para que la Comisión Interministerial se haga cargo de su caso. Pero, la historia de Felipe Aguado continúa sin ver la luz. Y la lucha de esta abuela de Miranda de Ebro sólo ha recibido un puñado de intenciones. Pero María no dejará de buescar a su padre ni de honrar una memoria que quedó atrapada en su casa el día que desapareció. El día que su madre decidió callar y silenciar su desaparición por temor a represalias.

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