sábado, 28 de febrero de 2009

Las batallas de Pantalón


En Sonseca se corría la voz de la guerra a mediados de julio de 1936. La radio anunciaba la tormenta, los guardias civiles y los jóvenes de izquierdas se cruzaban la mirada, se vigilaban, hacían guardia casi desarmados. Nadie sabía muy bien qué ocurría..."Un día fuimos mi amigo Chirría y yo al matadero. Allí daban comida a los del pueblo". Pero el centinela de la entrada les negó la entrada porque no llevaban plato. Era obligatorio para la ración. Tras varias amenazas entraron y se encontraron un menú raquítico: Patatas y huesos. «Aquello me repugnó y nos dirigimos a casa del alcalde de izquierdas». Se le encontraron en una buena mesa comiendo con las autoridades de Sonseca su buena carne, mientras la gente del pueblo se contentaba con las sobras. Guillermo se enfadó tanto que decidió marcharse aToledo para ayudar al Frente Popular. Acababa de estallar la sublevación...


El primer encargo como milicianos consistió en traer leche de Argés para la población civil. El verano fue asfixiante enToledo. La población convivía en medio del campo de batalla, con muertos diarios, saqueos, enfrentamientos y toques de queda. Aun así, no existió una gran hambruna y el abastecimiento corrió a cargo del Comité del Frente Popular. A Guillermo y a Chirría les proporcionaron un coche, un jornal de diez pesetas diarias y una misión. «Traíamos la leche a una lechería que estaba cerca del Ayuntamiento y la repartíamos entre la gente deToledo. Siempre había mucha cola». Uno de esos días se encontró a la esposa de unguardia civil de Sonseca que se había encerrado en el Alcázar. La mujer estaba en la cola y le reconoció. Se acercó enseñando la jarra y le comentó que no tenía qué comer y que su hija estaba enferma. «Siempre dejábamos un poco de leche para los compromisos y le dije que bajase a Pozoamargo que, enseguida, iría yo. Le bajé medio litro y al día siguiente otro medio. No la volví a ver más»...


Además de cuidar el aprovisionamiento, Guillermo era un miliciano a las órdenes de un mando deVilla de Don Fadrique. Hacía guardias nocturnas en una trinchera improvisada en Zocodover. Recorría varias calles, pegaba algún tiro que otro al aire y volvía a su puesto. También entraba a alguna casa abría la puerta a la fuerza y cogía el dinero, los objetos de valor, las armas de fuego y cualquier cosa útil. Lo envolvíamos todo en una manta y lo llevábamos al Frente Popular. No nos quedábamos con nada, incluso nos cacheábamos para asegurarnos de que no se robaba...


«Otro día entramos a un convento, que estaba enfrente de un cuartel de la Guardia Civil, y encontramos varios fusiles y cajas de municiones en un pozo que recogía el agua de la lluvia. Lo cogimos todo y yo me quedé con uno de los fusiles. Cuando llegamos a Zocodover, tenía muchas ganas de probarlo y de pegar un tiro al Alcázar...» Guillermo se ríe, debajo de la boina le queda la cicatriz de aquella chiquillada. «Apunté y noté algo raro,peronosabía quesehabía metido arena en el cerrojo. Al disparar me reventó el fusil y la uña extractora me abrió la frente»... ¿Qué sentía sabiendo que el Alcázar estaba tomado? «Sólo pensábamos en pelar a Moscardón, no pensábamos en otra cosa». A Guillermo se le atraganta el nombre del entonces coronel. Apenas le nombra en su relato, pero cuando lo hace no hay manera de que diga Moscardó. En cambio, su memoria encuentra una y otra vez...


Los asaltos al Alcázar

«Participé en tres ataques al Alcázar». Sólo habla del‘gordo’, del día en que explotaron la minas bajo los muros de la fortaleza. «Fue el 18 de septiembre. Estaba todo preparado. A muchos milicianos nos llevaron al Puente de San Martín poco antes de la explosión. Creíamos que sólo había explotado una cuando nos dieron la orden de atacar la fortaleza. Nos metimos muchos en la Academia. Moscardón,laGuardiaCivil yel resto de personas estaban escondidos en los sótanos. Teníamos a la Guardia Civil a veinte metros. Un capitán nos dijo: ‘Si hoy hay algún herido es por la poca precaución’. Levantó la cabeza, se asomó y le pegaron un tiro».
¿Por qué se retiraron poco después? «No lo sé. Estábamos con picos preparados para levantar el entarimado de madera y acceder a los sótanos. Alguien daría una orden porque nos estaban breando a cañonazos con una batería de los nuestros».


La huida

La evacuación masiva los últimos días de septiembre dejó la ciudad vacía. La tropas deVarela cercaban la ciudad y avanzaban hacia el centro. «Nos llegó una orden para que abandonásemos Toledo porque venía el enemigo. Pasamos por delante de los del Alcázar, que pegaban cada tiro que valía un credo, y nos colamos en el cuartel de los guardias de asalto, pero ya no había nadie. En la zona del Miradero dejaron varias ametralladoras, pero tampoco funcionaban y las tiramos por las rocas». Guillermo no era muy consciente de lo que se avecinaba. Aun así, acompañó a otros compañeros hasta el Puente de San Martín para huir de la capital. De camino, cogió una manta, la dobló y la colocó de bandolera. Debajo guardaba cuatro bombas lafitte, un bolso de cuero y la munición. El fusil lo llevaba colgado. «Al llegar al puente vi a mucha gentequequeríamarcharse. A la entrada había uno con un pañuelo de la CNT que exigía quedarse enlaciudad a los que tenían armas. Yo, como veía que ya no había nada que hacer, me arrimé a la pared y pasé a gatas para que no me viese el oficial y para salir del alcance de las ametralladoras que tiraban hacia allí»...

Guillermo pasó el puente, se escondió en un olivar y caminó hasta Burguillos. Horas después llegó a Sonseca y se refugió en casa de su hermana.Volvió a integrarse en la Casa del Pueblo. «Hubo una saca. Había que matar a treinta personas y nos dijeron que acompañásemos a los del comité. Mi amigo Chirría, que también había vuelto de Toledo, y yo obedecimos, pero, enseguida, nos fuimos a que el mando de Villa de Don Fadrique nos pagase los atrasos que nos debían por combatir enToledo. Así que no participé en el fusilamiento»...


En la prisión

«Una noche me dijo el teniente que cogiese la pistola y el caballo que nos íbamos a Navahermosa. A la mañana siguiente llegaron las fuerzas de Franco y nos entregamos como corderos. Nos tuvieron todo el día sin comer y nos llevaron al campo de concentración de San Martín de Pusa hasta que acabó la guerra. A los que no teníamos delitos de sangre nos dejaron marcharnos de allí. Me dieron una lata de sardinas y volví a casa». Guillermo era libre, aunque decidió entregarse a la Guardia Civil de Sonseca cuando regresó al pueblo -«¡No me iba a ir a los montes a que me pegaran dos tiros!», grita-y el hermano del alcalde aprovechó para pegarle una paliza. Ese fue el pago del «falangista» por protegerle durante la guerra y llevarle como miliciano a su lado para salvarle. Con el petate al hombro, Pantalón caminó hasta una antigua fábrica de mantas que servía de cárcel. «Me encerraron. Éramos muchos y olía mal».


Lo peor era escuchar a voces los nombres de los siguientes fusilados. «Esa mañana sacaron a tres del calabozo. Se acercó el falangista que vigilaba los presos y abrió mi puerta. ‘¡Guillermo Galán!’, dijo.Yo ya tenía la mosca detrás de la oreja.‘Guillermo Galán Rodríguez’, le contesté. Me dijo que tenía que acompañarle(...) Al final la cosa no iba conmigo, sino con Guillermo Galán Puebla».
El 5 de marzo de1 939 volvió a pisar la capital. LaGuardia Civil trasladó a bastantes presos al Ayuntamiento para que les juzgase el Consejo de Guerra. La condena: Sentencia de muerte por un delito de «rebelión militar».Vivió dieciocho meses recluido esperando que le conmutasen la pena y se la rebajasen a treinta años. «Mi hermana buscó tres testigos, un cuñado, un primo y otro que nunca he sabido, y el Ayuntamiento me lo concedió».

Pantalón llegó a pensar que los franceses, que meses después luchaban contra Hitler, terminarían liberando el país. Las rejas de Burgos, Talavera de la Reina y Sevilla le comieron muchos años, once años de patatas y cáscaras de naranja.


(Guillermo me contó su historia durante el verano de 2006. Tenía 87 años. Murió el año pasado. El texto es parte de un reportaje que publiqué en La Tribuna de Toledo)

Trece historias que nunca se borrarán

Para Carmen Barrero (20 años, modista y miembro del PCE), Martina Barroso (24 años, modista y militante de las JSU), Blanca Brisac (29 años. No militaba en ninguna organización pero la encarcelaron por ayudar a un amigo comunista de su marido), Pilar Bueno(27 años, modista y miembro del PCE), Julia Conesa (19 años, modista y miembro de las JSU), Adelina García Casillas (19 años, miembro de las JSU), Elena Gil (20 años y miembro de las JSU), Virtudes González García (18 años, modista y miembro de las JSU), Ana López Gallego (21 años, modista y miembro de las JSU), Joaquina López Laffite (23 años, miembro de las JSU, finalizada la guerra fue nombrada secretaria femenina del Comité Provincial clandestino), Dionisia Manzanero (20 años, miembro del PCE y elegida una vez acabar la guerra como enlace entro los dirigentes del Partido que quedaron en la capital), Victoria Muñoz (18 años y miembro de las JSU) y Luisa Rodríguez de la Fuente (18 años, sastra y miembro de las JSU).


Para todas ellas... "Las trece rosas"


La memoria de El Dorado


A Paulino le fusilaron el 31 de agosto de 1939... Pero en algunos registros figura el día 29. Dos días menos de sufrimiento. Este campesino de izquierdas, "muy de izquierdas", según su familia, murió casi cinco meses después del final de la Guerra Civil. La siguió en las trincheras durante el verano del 36, a pocos kilómetros de la capital, pero el chivatazo de un sacerdote aceleró la detención del grupo de republicanos atrincherado a pocos kilómetros de la capital a finales de septiembre. "El cura vio como se trasladaban las armas y le comunicó a las tropas franquistas que había un polvorín cerca de las trincheras", relata su nieto Luis de la Torre. La captura estaba hecha. Las tropas del general Varela entraron en la ciudad, arrasaron a su paso y redujeron a los milicianos que no emprendieron la huida. Los que luchaban junto a Paulino no pararon de lanzar granadas y de apurar las municiones durante dos días, hasta que el ataque del ejército sublevado sobre la ciudad forzó el abandono de la mayoría de los milicianos y la detención del reducto que todavía quería quemar los últimos cartuchos.

El nieto de Paulino suele llevar su foto en el bolsillo de su camisa. Le conoce de oídas, pero se siente orgulloso cuando algún anciano le recuerda en Guadamur, donde vivió hasta 1936. Su familia también echa la vista atrás, pero la amargura de las pesadillas de aquel verano todavía se asoma a su casa. Noches en vela esperando noticias, soñando su salida de la prisión de San Bernardo, temiendo que la guerra terminase y en la lista de fusilados de una mañana cualquiera se encontrase su nombre...

"Mi abuela Beatriz iba a verle a la cárcel con mi madre y mi tío, que tenía cuatro años". Había días que no permitían visitas porque se había escapado un preso o se había montado alguna 'gorda'. El hambre resultaba más angustioso que el estruendo de la lluvia de balas de los fusilamientos, pero Paulino y el resto de presos aprovechaban la poca comida que les llegaba si los carceleros tenían un día bueno y no tiraban las bandejas.

Paulino sufrió la guerra entre rejas, sin soltar palabra, sin poder animar a los suyos. Este campesino, conocido en Guadamur como 'El Dorado', "quería ir a la guerra", era un socialista que no podía con las injusticias", le ha escuchado decir Luis a su madre muchas veces. Su intervención en la fábrica de harina del pueblo es una de las pocas anécdotas que quedan intactas en su memoria. "Se encargó de la fábrica para que no la quemasen los del bando franquista. Consiguió reclutar a bastante gente y evitó que desapareciera".

Luis quiere recuperar los restos de su abuelo, enterrado en una fosa del 'Patio 43' del cementerio de Toledo. Apilaron su cadáver junto al de otros ocho represaliados. La historia de Paulino terminó de forma abrupta, como la de otros muchos encarcelados de la época. "A mí familia le quitaron la cartilla de racionamiento y pasó mucha hambre. A veces, daba propinas a los encargados de repartirla para comer un poco más". La gusa se mezcló con las humillaciones que soportaron su mujer y su hija, a las que cortaron el pelo al cero para que todo el pueblo las humillase 'por rojas'...


En el caso de Paulino López los números sumaron su desgracia. No se sabe el día exacto de su muerte, pero le detuvieron en octubre de 1936 y murió fusilado cuando tenía cumplidos esos mismos años.


(Extracto de la historia de Paulino. El reportaje lo publiqué en el diario La Tribuna de Toledo, el 13 de abril de 2008)

viernes, 27 de febrero de 2009

La desaparición de Felipe Aguado


“Quiero que me den los restos mortales de mi padre si alguna vez se exhuma la fosa común para que descansen junto a los de mi madre”. A María Aguado no se le va de la cabeza. Ha escrito todas las cartas posibles a administraciones e instituciones y una vez al año se traslada a Toledo para pedir que los restos de Felipe Aguado, un chófer que trabajaba en esta capital en el verano de 1936 que desapareció de un día para otro. Su familia, que vivía en Madrid, no tuvo más noticias.

Quizá el viaje de María sea quijotesco, las andanzas de una abuela obsesionada con la memoria de su padre, pero ella, al igual que el resto de familiares, tiene derecho a conocer el paradero de su padre y a que la fosa común del ‘Patio 42’, que esconde más de 700 cadáveres de represaliados civiles y militares se dignifique para honrar la memoria de toda esa gente. María no se cansa, a pesar de que se le atropellan las piernas. Ha llegado a remitirle una carta a la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, para que la Comisión Interministerial se haga cargo de su caso. Pero, la historia de Felipe Aguado continúa sin ver la luz. Y la lucha de esta abuela de Miranda de Ebro sólo ha recibido un puñado de intenciones. Pero María no dejará de buescar a su padre ni de honrar una memoria que quedó atrapada en su casa el día que desapareció. El día que su madre decidió callar y silenciar su desaparición por temor a represalias.

La luz de los olvidados


El maestro Santiago Castaño llevaba varios días encerrado en el Ayuntamiento, junto al alcalde y otros tres jóvenes, bajo la custodia de un hombre anciano. Olía el miedo, los fusiles y los rumores que gritaban que tendría que venir a declarar a Toledo.El maltrecho carcelero les animó a que se escaparan y se perdieran en el río.. Pero tenían poco que ocultar, habían colaborado con la derecha y con la izquierda en el pueblo para evitar que se derramase la sangre que corría en cualquier lugar de la provincia.

Díez días después, algunos vecinos que se trasladaron a la capital para asegurarse sus muertes trajeron de vuelta algunas pertenencias.

La historia de Santiago Castaño, el maestro de Caleruela, se perdió en el 'Tramo 48' del cementerio municipal de Toledo. Su nieto, Santiago Castaño Bellón lleva varios años intentando encontrar sus restos. "No quiero que sigan en el anonimato y perdidos como huesos de perro". Su caso es bastante atípico. Supo hace tres años que sus restos estaban en una fosa con 25 represaliados más. Cuando este periodista se enteró de que el Ayuntamiento de Toledo, gobernado entonces por el PP, estaba removiendo las fosas por falta de espacio, solicitó, junto a otros familiares,la exhumación de los cadáveres, que aún permanecen en bolsas de plástico en el cementerio a la espera de que el Ayuntamiento autorice el traslado de los cadáveres al País Vasco para que un experto antropólogo realice las pruebas de ADN.

(El reportaje de Santiago Castaño lo publiqué en La Tribuna de Toledo, en mayo de 2005. Foto cedida por Santiago Castaño)

jueves, 26 de febrero de 2009

Una carta de despedida


Apreciable y nunca 0lvidable Modesta, me creo que sean mis últimas letras con
sentimiento. No he podido hablar contigo en las últimas horas, y llevo bastantes
días con ansia de verte, pero me creo que el no venir no habrá sido por capricho, habrá sido por no poder. Lo comprendo porque los hechos me lo muestran, era sólo y exclusivamente para darte unos consejos de palabra, que aquí por escrito no puedo darte, pero tú te los puedes imaginar.

Ahora que te lo recomiéndolo mucho y que te lo quites si es preciso y que
te lo quites si es preciso de comer para que pagues si es necesario para que
aprendan a leer nuestros hijos, particularmente, Sigfrido, para que algún día
lea la historia cuando sea mayor que se está escribiendo con sangre de la clase
trabajadora. También podrá sacar la conclusión de que su padre murió por cumplir
con un deber en defensa del trabajo y de su clase proletaria como tal trabajador...

Sin más, que no penseis en mí como lo que han querido demostrar desde que
acabó la guerra, por ser un ladrón o tener las manos ensangrentadas. Si no por
ideas todo lo que éstos persiguen porque ellos son los que se levantaron en
contra de un Estado legalmente constituido, faltando a su juramento como tales
militares. Muchos besos y abrazos para Raimunda, Esperanza, Angelines y Sigfrido, mis hermanos, mis padres, tu madre y todas las hermanas y hermanos. Tú recibe un fuerte abrazo de éste, que nunca os olvida.


Florencio Soto murió de un tiró en la nuca el 20 de junio de 1940 en Toledo. Sus restos están en la fosa común del Patio 42 del cementerio municipal, que guarda los cadáveres de más de 700 represaliados



miércoles, 25 de febrero de 2009

Corazones congelados


Escribía Almudena Grandes en su novela 'El corazón helado' que los prisioneros de los campos de concentración ya no pensaban, ya no les dolía nada porque el horror se había comido todo su llanto, sólo sobrevivían para que nadie les quitase su manta, lo único que les quedaba. La escritora madrileña refleja la realidad con crudeza, pero la Guerra Civil lo fue, fue cruda y horrenda para todos. Quizá más para los que murieron tirados en cunetas, fusilados al amanecer en las tapias de los cementerios, o en los patios de las cárceles bajo la atenta mirada de sus compañeros... Quizá... los próximos. La guerra destruyó hogares, despedazó familias, enfrentó a hermanos y tiñó se sangre un país que había elegido ser republicano, con sus aciertos y sus dificultades, pero con urnas y votos.

La memoria histórica de los nuestros es lo que nos queda de aquella época. Muchos políticos pretenden silenciarla insistiendo en que el pasado no se remueva, pero muchas familias necesitan remover las fosas para encontrar los restos de los suyos, escuchar las historias de sus abuelos que no quieren perder sus vivencias, recordar esos tiempos tan malos que obligaron a más de medio millón de españoles a emigrar a Francia y a otros países en busca de las oportunidades que les negaron los sublevados, aquéllos que un buen día decidieron acabar con la democracia e instaurar una horrenda dictadura, liderada por un temible Franco. A los que no paran de pregonar que los 'rojos' también cometieron atrocidades hay que darles la razón... Había una guerra, pero lo Alpagaron con una brutal represión del ejército nacional y una dictadura de más de 40 años.

Nuestra Historia son ellos. Esos abuelitos achacosos que te invitan a sentarse con ellos en su mesa camilla, que te piden que escuches su vida. Que calman los achaques de la edad con su buena oratoria, que te cuentan la realidad de lo que pasó tal y como sucedió, sin endulzarla ni amargarla. Esos abuelos siguen vivos para quien quiera escucharles. Y seguirán habitando en la memoria de todos. Todos los nietos deberían sacrificar un rato de su tiempo libre y sentarse con sus abuelos a conocer su vida, la historia de los protagonistas de una época, la memoria viva que nunca podrán ofrecer los historiadores por mucho que se empeñen. Una tarde con uno de estos ancianos es la mejor clase magistral. La escuela de la vida.
Entrevista con la escritora Almudena Grandes sobre su libro 'Los corazones helados' en la 2.