martes, 3 de marzo de 2009

Los trenes del horror



El convoy de los 927 fue el primer tren cargado de civiles enviado a los campos de concentración nazis. Todos ellos eran republicanos españoles. La historia de cientos de españoles ha salido a la luz, a pesar de que la Historia no se fijó en estos deportados que viajaron en los vagones de la muerte hasta el campo de exterminio austríaco. Llantos, hambre, muerte y miedo, mucho miedo.
FICHA TÉCNICA
Un reportaje de Montse Armengou. Realización: Ricard Belis. Imagen: Walter Ojeda. ENG: Eduard Quesada. Documentación: Montse Bailac. Producción: Muntsa Tarrés y Meritxell Ribas. Montaje: M. Josep Tubella. Montaje musical: Albert Carlota. Postproducción de audio: Carles García


Los huérfanos de Aldeanueva



Uno de los pocos recuerdos que le quedan de su padre es una vieja foto que le enseñaba su madre de joven. Fermín posaba con «un mono azul y una piqueta», lo del color lo pinta en su imaginación porque la foto se estampa en blanco y negro, a pie de obra. «Estaba trabajando en la construcción de un puente en Francia». Siempre que veía la foto le decía a su madre, «¿pero ese no soy yo?»Tenía un gran parecido a su padre de joven. Imposible. El señor del mono azul era su padre, al que apenas conoció, poco antes de caer en las redes del ejército nazi, que detuvo y traslado a Fermín y a otros muchos españoles al campo de concentración de Gusen, un apéndice del hórrido Mauthausen. Allí también llevó un mono, pero de presidiario, a rayas verticales blancas y azules, marcado con el triángulo azul con el que los alemanes distinguían a los españoles. La fecha de su muerte no se le olvida a Fermín hijo: 31 de enero de 1942. No sabe qué le hicieron, aunque ha visto reportajes en televisión contando la tragedia del exterminio, los hornos crematorios, la cantidad de personas que iban de un sitio para otro semidesnudas, sin esperanza, pasando hambre, trabajando como esclavos, viendo morir a su gente fusilada, quemada, asesinada, acurrucada en los rincones de aquellas cárceles inhumanas esperando la muerte y escuchando que terminarían en aquellos hornos...

La de veces que su hijo Fermín ha escuchado que los prisioneros entraban por las puertas de Mauthausen y de otros tantos campos de concentración austríacos y salían por la chimenea. Así se borraban las huellas de los crímenes nazis. «¡Se dicen tantas cosas! Lo que sé es que mi padre se despidió de otro del pueblo, que también estaba en Gusen, cuando le trasladaron a otro pabellón». Fueron las pocas noticias que recibió la familia al poco tiempo, cuando este otro vecino de Aldeanueva de San Bartolomé consiguió librarse de lamuerte y regresó al pueblo.

Muchos españoles quedaron huérfanos de padre omadre durante la Segunda Guerra Mundial. En la provincia de Toledo se ha recuperado un listado con el nombre y apellidos de 190 refugiados fallecidos en los campos de concentración entre 1940 (año en el que deportaron a los primeros cientos de españoles a Austria) y 1943. Ahora, más de sesenta años después, el gobierno francés ha decidido restituir la memoria de aquellos años y rescatar del olvido a tantos represaliados confinados en el horror. El Ministerio de Defensa aprobó un Decreto a finales de 2004 para que los descendientes perciban una indemnización de 27.440, 82 euros o una renta vitalicia de 457,35 euros mensuales con tal de que se acredite que la muerte sobrevino ‘por deportación’ o en los campos de concentración, y se faciliten documentos que prueben la filiación y que la edad del descendiente no superaba los 21 años en el momento de su muerte.

Fermín ya tiene toda la documentación preparada. El acta de defunción de su padre, un papel en alemán que confirma la fecha de su deportación al campo de Gusen y otros papeles que acreditan que se quedó huérfano con sólo cinco años. Sus otros dos hermanos eran un poco más mayores. «No le conocí. Estuvo en España hasta el 39, y sé que vino a verme, pero yo era muy pequeño. Cuando terminó la Guerra Civil se pasó a Francia como refugiado político y se alistó en un batallón de trabajadores. Luego se lo llevaron al campo de concentración». Pequeños retazos de una historia marcada por el silencio, porque simpatizar con la «izquierda» era castigo seguro. «Mi padre era bastante activo, iba de pueblo en pueblo vendiendo romanas y otros artilugios. Era un hombre bueno y nunca hizo mal a nadie. Era de izquierdas y estaba a favor del gobierno legal que había hasta el 36», relata Fermín, dejando claro que fue Franco quien armó la Guerra Civil...

(Fermín me contó la historia de su padre hace tres años. Estas letras son un extracto de parte del reportaje que publiqué en La Tribuna de Toledo)

lunes, 2 de marzo de 2009

Las guerras de Montealegre



Con quince años se comía el fusil con los ojos. «Fui el primero que salió voluntario de este pueblo para las milicias. Me marché aTalavera de la Reina, pero era muy joven y nadie me hacía caso». Lorenzo Montealegre, de 85 años, vive su particularGuerra Civil desde un recuerdo cabal, lleno de orgullo, de miedo, de miserias, de huidas y de hambre Todavía le persigue el fantasma de la España dividida, rota por los sublevados, por Franco, por la Guardia Civil y por los curas, según cuenta. «Yo iba a defender la República», clama orgulloso setenta años después. Pero el muchacho republicano de Aldeanueva de San Bartolomé no encontraba su sitio. Llegaban noticias de que Alía, pueblo extremeño cercano aGuadalupe, «lo había tomado la Guardia Civil». Y Lorenzo seguía sin fusil. Se desplazó hasta Puerto de San Vicente a las órdenes de un teniente llamadoMoreno. «Nos reunió a unos 400 para recuperar Alía y nos dijo que sólo había 54 fusiles. Fue señalando a unos cuantos para darles uno hasta que me tocó a mí. Me preguntó: ‘¿Tú no tienes 15 años?’ ‘No, míreme usted’, le contesté. ‘Tienes 15 años’, insistió, pero me dio el fusil».

28 de julio de 1936. Las fechas las tiene bien marcadas en su memoria. Fue la primera victoria de Lorenzo, que relata el episodio emocionado, con un pellizco en la garganta. «En Alía vi una cosa que me desagradó mucho. Cuando entramos al pueblo, había 15 o 20 republicanos sin enterrar y tuvimos que hacerlo nosotros». El pueblo consiguió resistir los embistes de un tricornio desertor.
A Montealegre le impresionó eso del destino. Cuando pasó por la Estrella, a pocos kilómetros de Aldeanueva, un miliciano le mandó a buscar la comida y le sustituyó en el puesto. A su regreso se encontró al mando muerto y tendido en una camilla. «Pero el día que tuve más cerca la muerte fue también durante la guerra. Un cabo de Albacete estaba contando un chiste en la trinchera y me llamó. Cuando me giré una bala pasó rozándome la cabeza y se clavó en la pared».

"Estuve en Castuela, Extremadura y de ahí subimos aTeruel. Cuando llegamos ya lo habían tomado los nacionales. Hicimos la campaña de Cataluña, el día que llegamos nos quedamos sin RufinoNavarro, un hombre valiente e inteligente». Repasa por encima estas batallas porque le urge hablar deValentín González, alias ‘El Campesino’, un extremeño de ideas anarquistas que recorrió parte de la península mandando a varias divisiones. Uno de los héroes. «Llegamos en desbandada y nos detuvo su tropa. ‘ElCampesino’ nos organizó y nos repartió ocho bombas de mano a cada uno: ‘Cuando anochezca tenéis que tomar la cota de los Almendros’, cerca del castillo de Lérida». Montealegre achina los ojos recordando el momento. Los milicianos, bajo las órdenes de dos hombres de confianza de‘El Campesino’, se arrastraron por la tierra y lanzaron las bombas con tanta suerte «que cayeron todas dentro de la trinchera», donde murieron treinta o cuarenta ‘enemigos’. «Vi tres panes al lado de una ametralladora. Llevaba dos días sin que me diesen suministro y tenía tanta hambre que me comí uno y medio».Una anécdota que recuerda con poco gusto. «Un compañero me preguntó qué comía y repartimosel resto entre unos cuantos. Cuando llegó ‘ElCampesino’ me felicitó. ‘¡Chócala, muchacho, así luchan los hombres de ‘El Campesino!’ Lorenzo se incorpora del respaldo y se pregunta y se responde haciendo gestos teatrales. El recuerdo le llena de orgullo, aunque lo que sigue le llenó de envidia: «‘ElCampesino’ nos reemplazó, nos llevó a la cocina y dio orden al cocinero para que nos diese salchichón, chorizo, carne... ¡Había hasta chocolate!"...

Una vez estuve tendido en el suelo mientras me apuntaban con dos ametralladoras. Pasémás de veinte minutos sin moverme, pensando que la única escapatoria era salir corriendo y alcanzar la trinchera, que estaba a ocho metros. Al final salí corriendo. Al saltar dentro me pinché en un codo con la bayoneta de un compañero, así que estuve tres o cuatro días en la enfermería».

En Francia. «Los franceses, con razón o no, nos trataron muy mal». Lorenzo pasó la frontera
y fue agrupado en un campo de selección, a cien kilómetros de los Pirineos. «Nos hacían pasar un
hambre terrible. Dormíamos en barrizales porque las barracas estaban mal montadas y se inundaban. En otros campos tenían más suerte, según me contaba Isidro y otros compañeros por carta. Dependía de quien mandase en los campos, en el de ellos tenían ideas liberales. En el mío había un noble francés amigo de Franco».

Lorenzo quería llegar a México, pero sabía que no tenía posibilidades, y decidió enrolarse en la legión. En el campo donde se formó como legionario había unos 300 españoles y de otras muchas nacionalidades, pero vivían agrupados y separados según los países. A Lorenzo le viene a la memoria otra trágica fecha: 2 de septiembre de 1939. Se equivoca por un día, cuando los franceses le declararon la guerra a Alemania. Fue el 3 de septiembre, después de que Gran Bretaña y Francia exigieran a Hitler la retirada inmediata de sus tropas del país polaco, la primera víctima de una guerra relámpago y de su revanchismo triunfalista. Meses después, en 1940, el ejército germano lanzó una ofensiva contra Francia, ocupando en poco tiempo buena parte del país. El 26 de mayo de ese año, Lorenzo Montealegre cayó en las redes alemanas, justo a las 4 de la tarde. «Me cogieron en Saint-Quentin. Me reventó una bala explosiva en el casco. Ese día me hicieron prisionero junto a otro legionario de Barbastro». En seguida les pidieron los papeles. Montealegre ya se sabía la historia y había tirado por ahí su cartilla, pero su compañero no. «¿Cómo se te ocurre?, le dije. Uno de los mandos alemanes cogió la cartilla de Julián y leyó: ‘Voluntarios por lo que dure la guerra en contra de Alemania’. ¡Vaya canallada nos hicieron los franceses poniendo eso en las cartillas!» Ambos terminaron en un hospital. «El médico vino a
ponernos una inyección y el compañero de Barbastro medijo: ‘¡Montealegre, nos están matando, que he oído que los alemanes matan así!’ ¡No seas idiota, esto vale mucho, si nos quisiera matar nos habrían pegado untiro que es más barato!’». Esa fue su última conversación. A Lorenzo le deportaron aAlemania y Julián se quedó en la Francia ocupada.

Etapa alemana. «Me llevaron como prisionero a Alemania y estuve 42 meses en pueblos
de la frontera con Polonia... En mi barracón éramos treinta. Por las mañanas venía un centinela
y gritaba para que saliésemos. Pasábamos el día trabajando y por la noche pasaba lista y nos dejaba encerrados hasta el día siguiente».

Tras veinte meses en un aserradero, Lorenzo trabajó para un comisionista, repartiendo por el pueblo los paquetes que recibía de los negocios. Iba y venía a la estación y recuerda que fueron unos meses tranquilos, aunque nunca olvidará el día que vio bajar de cuatro o cinco vagones a muchas mujeres y niños. «Iban descalzos y el suelo estaba nevado. Era como una columna ambulante demuertos». No supo de dónde venían, pero aventura que eran alemanes que vivían en Polonia. «Hicieron un campo para ellos». También fue testigo del horror de aquella gente. «A su paso por el pueblo se abrieron muchas puertas y ventanas. La gente les insultaba».

«Al principio nos daban de comer todas las patatas que quisiésemos, pero luego sólo siete al día, y te salían algunas malas». Lorenzo llevaba muchos meses ya hablando alemán yen una tierra demasiado fría. Trabajaba como panadero cuando un día se dio una vuelta por la estación y se encontró con un cargamento de patatas. «Las pommes de terre iban para Francia». No se lo pensó. Por la noche le comentó la jugada al resto de compañeros. Sólo dos franceses le acompañaron en su huida. «Esperamos a que el centinela pasase revista por la noche y nos escapamos porque sabíamos abrir las puertas. Nos escondimos entre las patatas de uno de los vagones. Pensamos que el tren saldría a las ocho de la mañana, pocas horas después, pero lo hizo a las cinco o seis de la tarde del día siguiente. Creí que nos pillarían». Montealegre y sus dos compañeros pasaron 11 días escondidos. El tren paró en un pueblo al norte de Francia el 21 de octubre de 1943. Sobrevivieron gracias a las patatas. «Me gustan mucho, las creo mis salvadoras.
Nos las comíamos crudas y aprendí a distinguir calidades. Las que tenían una veta azul las guardábamos para el postre..."

(Lorenzo Montealegre me contó su historia una tarde en Aldeanueva de San Bartolomé. Se publicó en La Tribuna de Toledo el 14 de mayo de 2006. En la actualidad vive en Venezuela)

La llave de la represión


Piedad todavía se encoge cuando recuerda el día que llamaron a voces a su compañera Milagros Garrido. La llamada la dejó muda, pero bajó al patio y poco después se la llevaron al cementerio. Ese día entró el forense, como de costumbre, y los funcionarios cogieron a unas cuantas mujeres. Algunas estaban condenadas a muerte. Otras, a varios años de reclusión. El resto ni siquiera había pasado el juicio rutinario. Milagros ya sabía lo que le esperaba y pidió darle un beso a su novio antes de salir al patio, pero se lo negaron. A Dionisio sólo le dio tiempo a dejar escrito un emotivo poema y a mirar por la rendija del respiradero cómo se llevaban a su prometida por las escaleras.
Piedad consiguió librarse de la llamada a voces durante los tres años que permaneció recluida en la cárcel de Ocaña con una pena de muerte. La juzgaron junto a otras cinco personas más de su pueblo, Quintanar de la Orden, el 21 de septiembre de 1939. Ya sabía lo que era la cárcel porque permaneció encerrada en la de Cáceres durante buena parte de la Guerra Civil. Pero parecía que esta vez la sentencia auguraba un final trágico. "Muchas noches pensaba que me tocaría a mí, pero otras me decía que solían matar a las mujeres que tenían hijos, y yo era demasiado joven".
La guerra psicológica se imponía en las cárceles franquistas con asesinatos de padres y madres, que dejaban a sus hijos a la suerte de la adopción, siguiendo las tesis del controvertido psiquiatra Antonio Vallejo-Nágera, que se servía de la ideología nazi para sojuzgar a la población y acabar con el marxismo. Algunos expertos calculan que unos 12.0000 niños fueron secuestrados durante los primeros años de la dictadura franquista.
Piedad aprendió a ser perspicaz cuando era muy niña. El carácter, la capacidad de lucha por sus ideales comunistas, las vivencias con los milicianos y sus años en prisión domaron su juventud. Pero nunca hablaba de su ideología. La detuvieron en agosto de 1939, cuando vivía en Madrid, porque se le ocurrió poner el remite de un amigo que recibía las cartas en las líneas que envió a su madre. Al joven le interrogaron y terminó confesando su paradero. Y a ella la detuvieron y la
trasladaron a la prisión de Quintanar. Allí permaneció unos días, hasta que José Manzanero -uno de los maquis más relevantes de los Montes de Toledo- y otros presos se escaparon del penal. Casi todos lo pagaron con una saca masiva. «Ese día mataron amás de 120 personas. A las mujeres también nos querían fusilar, pero nos salvó el sargento Madriles. Teníamos un agujero en el suelo de la celda porque faltaba un tubo y vimos cómo convencía a otros militares de que nosotras no teníamos la culpa de la huida. En Ocaña, las mujeres compartían la planta alta y los hombres sehacinaban en la baja. Las cifras de reclusos desbordaron el penal durante los primeros años del Régimen con una avalancha demás de 7.000 hombres y alrededor de 2.000 mujeres."Llegamos a compartir una celda de una persona entre doce y catorce mujeres. El grifo estaba cortado y nos dejaban media hora al día para llenar los cubos de agua que teníamos que usar cada 24 horas. Terminamos conociendo el olor amierda de todo el mundo». Cada una dormía como podía. A Piedad sumadre le llevó un colchón de lana, pero el resto de sus compañeras de celda se arrebujaban en pequeños petates. Quien no se podía hacer con algún camastro en la cárcel de Ocaña dormía en el suelo, estuviera sano o enfermo. «No había día en que alguien no tirase algún cubo de agua sobre la ropa de las camas». A Piedad no le cuesta recordar estos momentos, los dibuja con media sonrisa. «Nos comunicábamos con los chicos a través del váter. Por ahí nos hablábamos. Era la única manera, porque estábamos en plantas distintas». El patio lo pisaban poco, media hora por la mañana. «Cuando íbamos a misa, veíamos a los chicos muy guapos y limpitos. Se preparaban para recibir la visita de los familiares, pero muchos faltaban al domingo siguiente».

El chasquido de la llave en el cerrojo delataba la agonía de aquellos hombres y mujeres, condenados a un inhumano destino. Escuchar los nombres y apellidos de los elegidos para el paseo cortaba el aliento de Piedad. «Un día llamaron a Sánchez Comendador. Llevaba una camisa nueva y cara que le había regalado su novia. Se la quitó y se la regaló al más viejo de la celda. Salió al patio cantando una canción»... La única ventaja de la que disfrutó mientras estuvo en Ocaña es que no la obligaron a cantar el falangista Cara al Sol ni una sola vez. No sintió esa presión psicológica que sufrieron muchos otros presos, obligados a ver morir sus ideas y profesar el franquismo. Sin embargo, las torturas fueron diarias. Golpes, quemaduras, y métodos más sutiles,como echar agua en la boca de los presos a través de un embudo para que cantasen, al modo de la Inquisición, pueblan los anecdotarios, todavía vivos, de las celdas franquistas.

El indulto. Tres años sorteando la muerte recompensaron a Piedad con una revisión de condena. Fue trasladada a la prisión de Guadalajara en1942, pero al poco tiempo recibió el indulto. «Le he dado muchas vueltas, pero creo que me perdonaron porque sólo tenía dieciséis años cuando empezó la guerra y porque nunca me pronuncié sobre mis ideas», cuenta esta toledana, que aún mantiene sus convicciones comunistas. El indulto se ganaba con muchísimo esfuerzo. La administración solicitaba a los puestos de la Guardia Civil de los pueblos -en el caso de Piedad, Quintanar de la Orden- informes sobre la persona, su familia, actividad o ideología. «Mis informes no eran buenos, pero los rompieron, me indultaron y me desterraron durante unosmeses». Piedad empezó a disfrutar de su libertad, aunque lejos de su madre y de su hermano, encarcelados en Cebreros y, poco más tarde, en Madrid. Pero su sitio estaba en Quintanar de la Orden y no tardó en regresar a casa con su familia.
(Piedad Arribas me contó su vida en el año 2006. Publiqué un reportaje en La Tribuna de Toledo el 19 de noviembre de ese mismo año)

Otras historias de la represión franquista

La represión franquista es uno de los episodios más crueles y sangrientos de la Historia. Los últimos días de septiembre de 1936 no se olvidarán jamás. Las tropas del general Varela arrasaron a su paso por Toledo. Los cadáveres se apilaron en plazas y en esquinas durante días. Pero esta ciudad no es la única que guarda una Historia negra...

Testimonios de algunas víctimas...
http//http://www.rtve.es/resources/mp3/0/1/1228041555310.mp3